“Cárceles olvidadas” (I Parte)

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Por: Abg. Ana Yparraguirre López

Quiero trasmitir la simbiosis” en la que me encuentro frente al “corona virus” o covid-19, pandemia que ha atacado a nuestro país y a nivel mundial.

Como operadora del derecho y ente activo de la sociedad civil; puedo ver y sentir como se violentan los derechos fundamentales, prescritos en el Art. 200°, inc. 1: DERECHO CONSTITUCIONAL A LA VIDA, INTEGRIDAD PERSONAL Y EL DERECHO A LA SALUD FISICA Y MENTAL, que nuestra Constitución Política del Perú ampara a los seres más olvidados de nuestro país, “los presos”.

Como comúnmente se les sindica; quienes son personas humanas privadas de su libertad, debido a que se encuentran en prisiones con ausencia de servicios básicos, alimentación deficiente y escasez de personal de salud; entre otros males endémicos como maltratos psicológicos sistémicos por parte del mismo personal que los cobija y, que son designados como servidores públicos, para protegerlos, no siendo todos; pues tengo que reconocer que también hay “ángeles penitenciarios” como los llamo, que somatizan el dolor humano de los internos y les tienden la mano para proteger y velar por su integridad dentro de los centros penitenciarios; más aún, sabiendo que están expuestos hoy en día a la presencia de enfermedades como el VIH-SIDA, tuberculosis, hepatitis A, B, C , diabetes y cáncer, entre otras enfermedades infecto contagiosas; y, para rematar el “coronavirus”.

Que ya empezó a calar en los penales Sarita Colonia, Castro Castro, Penal de Cambio Puente y ahora último en el Penal de Loreto y no sólo a los reclusos sino a personal del INPE; y sin lugar a dudas pronto le tocara al más emblemático penal del norte “El Milagro”, donde se encuentran los reclusos más renqueados del crimen organizado; debido a que se encuentran en completo hacinamiento, pues alberga a más de 5,500 internos, siendo su capacidad para 1,450 reclusos, quienes viven en un completo hacinamiento carcelario (225%), constituyendo el principal problema, lo que podría desencadenar en grescas o la reyerta de los internos, así como el contagio de enfermedades y de quienes su vida peligra.

Muchos dirán se lo merecen; pero la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, Convención contra la Tortura y otros Tratos o penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y su Protocolo Opcional, Declaración Universal de Derechos Humanos, Principios Básicos para el Tratamiento de los Reclusos, Principios para la Protección de los enfermos mentales y el mejoramiento de la atención de la Salud mental, Reglas mínimas y el mejoramiento de la atención de la salud mental, y demás instrumentos internacionales sobre derechos humanos aplicable a las Américas, las cataloga como personas privadas de libertad y por ende  sujetos de derechos.

Pese a todos estos instrumentos que los protege, las instituciones penitenciarias que reproducen a pasos agigantados espirales de violencia y crisis humanitaria como si fuera “infección generalizada”, en momentos por los cuales nos encontramos pasando, en donde se necesita de solidaridad entre todos los integrantes de esta sociedad que nos toca vivir, no sienten miedo ni temor de Dios,  maltratándolos y en ocasiones los humillan ufanándose de su poder absoluto y abuso de autoridad, que dónde sea aquí y en la China, ellos tienen derechos irrenunciables y además tienen quien los proteja; pero, por desconocimiento muchas veces,  son los más olvidados y renegados por la sociedad, que en muchos casos son ellos mismos quienes los obligan a delinquir y no le dan la oportunidad de resocializarse e integrarse a la sociedad, pues los “estigmatizan”, eso constituye trato cruel e inhumano, que llevaran marcado de por vida.

Recientemente, la Defensoría del Pueblo se ha pronunciado sobre la “situación de las personas privadas de libertad a propósito de la declaratoria de emergencia sanitaria”, indicando que las condiciones carcelarias en las que se encuentran actualmente las personas privadas de libertad son deplorables, y en ellas claramente se vienen afectando sus derechos humanos, reflejando el hacinamiento, motines, revueltas, malos tratos y diversas carencias y violencias que son el pan de cada día al interior de las prisiones, que sólo, quienes viven allí y los que visitan a sus presos y viven el “viacrucis” saben lo que sucede dentro, y que muchas veces se tiene que callar por temor a las represalias que pueden tomar contra ellos.

No debemos permitir que subestimen la gravedad y la situación actual; pues lo que se viene revelando es una problemática sistémica, compleja y anacrónica y el covid-19 ha venido a destapar lo inhumano de una institución dolorosa, cuyos efectos siguen pasando desapercibidos, desatendidos, olvidados, y finalmente invisibilizados; lo cierto, es que se produce y se sigue reproduciendo la violencia como si fuese una “infección generalizada”.

Lo que pretendo con este artículo, no sólo es enumerar las graves vulneraciones que viven los reclusos al interior de las prisiones, ni tampoco enumerar que medida sanitaria acabará con el covid-19, sino cuestionar un modelo de prisión desfasado y que el estado haciendo uso de su facultad proteccionista (bienestar social) y realización de justicia, puede cambiar esta situación; proponiendo un nuevo modelo penitenciario más garantista, que se vea reflejado un Estado democrático y donde debe operar los límites y contrapesos aplicables a toda la vida pública con sujeción a los Derechos Humanos permitiendo abordar de modo idóneo la problemática carcelaria; pues las prisiones reflejan todas estas violencias, directa e indirecta, visible e invisible, físicas y psíquicas, caos de tortura, malos tratos, muertes, revueltas, motines, estrés, depresión, violencia directa y visible, problemas de inseguridad, exclusión, discriminación, corrupción e impunidad, violencia cultural, estructural y violencia de encierro “el hueco”, no constituya prioridad en la agenda política.

Todo ello, nos lleva a concluir que las instituciones que reflejan y reproducen inconmensurables espirales de violencia, sufrimiento y crisis humanitaria, del que todos conocemos pasan desapercibidas y por ende terminan siendo olvidadas. (CONTINUARA)….